Nocturno de Día

miércoles, noviembre 24, 2004

Ilusiones

El cielo es tan azul que ciega la vista si se le mira demasiado. Entre las hojas de los árboles se cuelan pequeñas lanzas de luz que se estrellan contra la negrura del asfalto. Hay un silencio pesado y espeso rodeándolo todo y las hojas de las ramas han comenzado a buscar refugio en el suelo.

Dos pasos o tal vez tres; la distancia entre la luz y la oscuridad es más o menos esa. Una línea perfecta corta en dos la superficie metálica y en el suelo danzan las sombras de los árboles en un vaivén casi balsistico . A pesar de que no hay música se puede escuchar algo que bien podría serlo.

De pronto las imágenes se confunden y mezclan entre sí. El tiempo parece detenerse en el momento justo en que el sol comienza a asomarse tras el muro de concreto. Finísimos rayos de luz comienzan a golpearte el rostro y a calentarte la piel de la cara. Frunces el seño en un acto reflejo tratando de que la luz no lastime tus ojos. El brazo hasta hace unos instantes inmóvil adquiere fuerza y se alza hasta colocar tu mano frente a ti. Los finos rayos de luz se estrellan ahora sobre el dorso y sientes como lentamente se calientan tus dedos.

Deslumbrado por el reciente acontecimiento la realidad se ha vuelto un mar de bultos oscuros sin forma. Las hojas sobre el asfalto se funden con éste y la línea que dividía la superficie metálica ya no es sino un recuerdo detrás de la cajita de la memoria.

Otra vez la sensación de no-realidad vuelve, pero esta vez con más fuerza que antes. El cielo es lo único que aun puedes distinguir tras la silueta de palma extendida frente a tus ojos, y es precisamente ese “cielo” el que abre la dichosa caja de los recuerdos y la tumba sobre la realidad. El silencio es el mismo y el viento revienta sobre tu rostro justo como no lo recordabas hasta ahora. El olor del invierno anunciado penetrando por cada poro de tu piel comienza a desatar la extraña vuelta de ideas sobre el tiempo.

Envuelto en algo que ya no es la realidad tangible de la cual participabas pocos segundos atrás, comienzas a dejarte llevar por el movimiento de tu mente. Las calles están ahí de nuevo, los autos andando su viaje sin fin, el disco del sol cayendo en el universo sin que nadie parezca interesado, el tiempo instalado de nuevo en su riel inevitable. Las cajas de galletas y los adornos navideños del supermercado pintado de rojo cada rincón y cada espacio, su mano que toma la tuya en su habitual reconocimiento. El silencio del mundo callándolo todo. Tan solo el espacio que hay entre sus labios y los tuyos parece dar fe de la existencia. La mirada llena de alegría y tranquilidad. Todo reducido al momento del beso y luego, construyendo caminos a cada paso se alejan juntos de nuevo. Bajo las sombras de los árboles que danzan en un movimiento casi balsistico. Las hojas que buscan refugio en las tapias húmedas. Las lanzas de luz que se cuelan entre las ramas estrellándose en la negrura del asfalto.

Sientes que dentro de ti el pequeño saco de piedras azules se llena lentamente. Los ojos aun cerrados no terminan de comprender por qué has comenzado a llorar con la mano aún frente a tu rostro. La realidad se desvaneces dejándote nuevamente en esta no-realidad a la que te has acostumbrado. Te levantas lentamente. El muro se yergue otra vez frente a ti, tan estoico y fatal como otrora. La línea sigue cortando la superficie de metal perfectamente a la mitad. Instalado nuevamente sobre el tiempo perdido, caminas esperando perderte en algún otro recuerdo.

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