Nocturno de Día

domingo, noviembre 07, 2004

Tercer sueño

A penas había amanecido, pero incluso dentro de su sueño pudo sentir la presencia del nuevo día sin que nadie se lo hiciera saber desde el mundo de afuera. Cuando abrió los ojos el sol a penas comenzaba a asomarse detrás de los montes, convirtiéndolo todo en sombras y figuras pesadas. Fue entonces cuando supo que la realidad estaba comenzando de nuevo.

Siempre imaginó que cuando soñaba el mundo se convertía en algo distinto a lo que conocía y al igual que ella se convertía en un ser nuevo, alejado de las limitaciones humanas y físicas que fuera la obligaban a vivir atada al tiempo y a los días.

Cepilló su pelo como cada mañana antes de salir y caminar hasta la cocina, donde su madre estaría de pie frente al fuego, preparando algo de comer con sus manos gruesas y llenas de pequeñas manchas. Miró a su madre sin decir nada, jaló la silla y se sentó sobre ella sin dejar de mirarla. La mujer movía las manos como antes, de un lado a otro en su viejo ritual de reconocimiento. Entonces sintió que algo detrás de ella comenzaba a calentarle el lomo. La luz de la mañana estaba decidida a invadirlo todo, ya había arrancado por completo las sombras del jardín y ahora quería apoderarse de las sombras de la casa e incluso de su propia sombra. Echó una mirada detrás suyo, la luz avanzaba lentamente haciendo bailar diminutas partículas de polvo a su paso, volviéndola pesada y espesa; como aquella masa que su madre preparaba de vez en cuando para hacer pan. De pronto llegó a ella la extraña sensación de que si su mano arrancaba un pedazo de esa pasta de luz podría probarla. Entonces extendió su brazo hasta el límite donde la sombra aun se renunciaba a morir aplastada por la mole resplandeciente de luz material. Extendió su mano aun sin hacer contacto y cerró sus ojos con fuerza, temiendo que al tocarla la fuerza de su arrastre se la llevara consigo. Tomó el valor necesario para atestar el golpe, y en un movimiento rápido y circular sumergió su mano en la luz. Entonces mientras sus ojos aun permanecían cerrados pudo sentir la piel del inmenso elefante. Solo por un instante sintió su gruesa epidermis de paquidermo iridiscente sobre su piel de niña. Sintió el arrastre del tiempo sobre la espalda del gran animal, entrando lentamente por la ventana de la cocina donde su madre preparaba algo de comer. El animal; que ahora sabía no podía ser una masa a la que se le pudiera juzgar por su sabor, aplastaba a su paso las sombras bajo su pesada carga de infinitas eras.

No pudo saber entonces cuanto tiempo había pasado, pero aun sus ojos permanecían cerrados cuando todo comenzó de nuevo a retomar su real existencia. Primero el sonido del viento matinal sobre los árboles llenó el vacío que se había formado en su mente. Sintió de nuevo la forma exacta de su cuerpo y su pies sobre el suelo, el calor del día sobre la piel de su brazo y su mano vacía, y la luz que poco a poco comenzaba a entrar por sus ojos mientras los abría lentamente. El tiempo instalado de nuevo sobre los rieles del universo, el mundo cayendo sin remedio en el vacío y el olvido... El elefante destruyéndolo todo a su paso.
Tomó el desayuno rápidamente, temiendo que de un momento a otro el inmenso animal se la llevara tras su inevitable paso. Cuando terminó corrió de nuevo a su habitación para observarlo mejor y así quedó mirando aquel espectáculo que seguramente nadie había visto jamás. Casi podía sentir como su casa era jalada por el terrible monstruo, pero esta resistió bien como lo había hecho siempre desde que habían llegado a vivir ahí: Entonces supo que había que salir.

Entonces la vida se desenvolvía bajo la panza del gran animal. Y pasó el tiempo mirando desde el jardín como se alejaba su pesada figura, convirtiendo todo a cada movimiento. Su sombra redefinida constantemente al deseo implacable de la criatura. Tomó una piedra entre la palma de su mano y trató de golpearle la barriga, pero a cada intento la roca nunca llegaba hasta él. Entonces notó que el animal comenzaba a hundirse en lo profundo del horizonte y poco a poco las sombras que habían buscado refugio comenzaban a salir de sus escondites para reclamar nuevamente lo que les había sido arrebatado durante el día.

Entró a su casa guiada por la voz de su madre que esperaba junto a la puerta. Corrió hacia ella y la miró entrar y perderse en ese mar de luz artificial en que se había convertido el interior y antes de entrar escuchó por un segundo al animal gimiendo en el limite del mundo, conquistando otras tierras y otras realidades. Lo miró hundirse tras las sombras que lo seguían incansablemente hasta que el silencio se apoderó de todo. Regresó a la cocina y miró la ventana que se había cerrado a ella misma para evitar las imágenes de fuera. La rana y el grillo habían comenzado ya su canción nocturna y mientras Magalia dormía soñó que montaba sobre el lomo de un elefante de luz.

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